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Estamos atascados. Bien atascados. Las cuatro ruedas giran, y el coche no se mueve. Y no les queda otra, porque el suelo del vehículo descansa totalmente sobre un lecho de nieve, en medio de la carretera. Es la una de la madrugada y el viento arrastra los copos a 75 km/h por todas partes. Ya hemos recorrido 400 de los 430 km que teníamos previstos para hoy. El pueblo de Olafsfjördur, nuestro destino, está a menos de diez kilómetros en línea recta. Hasta hace un momento, aún podíamos maravillarnos con las estrellas, la luna llena y las primeras briznas de la aurora polar; era fácil recorrer estas carreteras. Sin embargo, en cuestión de un puñado de kilómetros, el tiempo ha cambiado por completo. Primero fueron pequeños remolinos de nieve amontonados por el viento sobre la calzada. Poco a poco, la nieve se fue acumulando cada vez más. Aun así, gracias al sistema de tracción a las cuatro ruedas xDrive del BMW X3, no tuvimos problemas para avanzar (➜ Leer más: Conducción segura en invierno). Eso sí, mientras había carretera.
Normalmente, a los islandeses se les da de vicio mantener limpias sus carreteras, pero el servicio se interrumpe a medianoche. ¡Y nos quedan 30 km! Llevamos un rato recorriendo un único carril a cuyos lados se levantan muros de nieve tan altos como una persona adulta. Estamos en apuros. Pasamos junto a una pequeña aldea, seguimos por una carretera que atraviesa la nieve y, de repente, desaparece abruptamente. Aquí hasta la quitanieves ha tenido que dar marcha atrás.
Miedo de la quitanieves
Ojalá pudiéramos hacer lo mismo, pero llevamos una minicaravana enganchada atrás, que nos servirá de alojamiento durante la próxima semana, entre ruta de esquí y ruta de esquí. ¿Que giremos? ¡Imposible! En teoría, podríamos meternos en la caravana aquí mismo, encender la calefacción auxiliar y esperar a que escampe, pero en la práctica no nos atrevemos a hacerlo: en poco tiempo, la nieve y el viento podrían acabar enterrándonos y hacer que seamos «invisibles» para la próxima quitanieves que venga.
Así que sacamos las palas para avalanchas del equipaje, nos ponemos las gafas de esquí y nos enfrentamos a los elementos. Primero, tenemos que abrir espacio para el remolque y después debemos quitar la nieve en torno al BMW X3 para que podamos girar. Tras una hora de arduo trabajo en la ventisca, logramos girar el vehículo 180 grados, de vuelta por una carretera sobre la que no ha dejado de nevar.
Cuando volvemos a meter nuestro destino en el sistema de navegación, seleccionamos la ruta «segura» por el interior. Son unos 180 km extra, ¡genial! El invierno islandés se cobra su peaje. Por fin llegamos a Olafsfjördur a eso de las 3:30 de la mañana. La tormenta que evitó que cruzáramos las montañas sigue tronando aquí, pero no con una intensidad tan sobrecogedora. Todos a la caravana, y buenas noches.
Claro, que aquel ajetrado día no sabíamos que hay una página web llamada www.road.is en la que informan sobre todas las carreteras que están abiertas y cerradas en tiempo casi real. Los días siguientes no nos pusimos al volante hasta haber consultado esta fuente de información imprescindible.
¿Acampar en invierno?
Cuando planeamos nuestro viaje a Islandia, en otro invierno con bastante escasez de nieve en los Alpes, no teníamos ni idea de que la estación nos mostraría su rostro más impredecible allá en el norte. Esto es porque se genera un torbellino de una fuerza inmensa sobre el Polo Norte, que concentra las zonas de baja presión sobre Groenlandia y las arroja hacia Islandia, una tras otra, como las perlas de un collar. Como consecuencia, nieva abundantemente de diciembre a febrero y la nieve llega incluso al mar, donde las olas mordisquean un manto blanco que, en algunos puntos, llega a ser de hasta cinco metros de alto.
Annika Schlachter, natural de la región de Algovia, entre Alemania y Austria, está estudiando en Innsbruck, y tras su carrera en el esquí alpino, prefiere participar en competiciones de freeride. Ganó la primera competición de este tipo en la que participó, la «Pitztal Wildface 2019». Esta joven de 22 años es instructora de esquí certificada y también se encarga de formar a la siguiente generación.
Marthe Kristofferson, noruega de 31 años, nació en Tromsø pero vive en Lillehammer. Tras dedicarse al esquí de fondo durante mucho tiempo, e incluso representar a su país en los Juegos Olímpicos de 2010 en Vancouver, ha decidido colgar los esquís estrechos y ponerse los anchos. Y apenas deja pasar un día de invierno sin subirse con ellos a una montaña.
Matze Brustmann (41) es de Wolfratshausen, Baviera, y es un hombre de muchos talentos: ya sea en un kayak en aguas bravas, como músico con su grupo Balloon Pilot o sobre sus esquís. Desde sus primeros pinitos con tres años en la estación alemana de Brauneck, Matze puede enorgullecerse de 40 años en las montañas y los barrancos del mundo sin un solo accidente.
Las noches en la caravana son breves y tormentosas, pero increíblemente acogedoras. En esencia, la caravana es una cama sobre ruedas con una cocina exterior. Un sueño para el verano, pero quizás no la mejor opción para el invierno, al menos para uno tan feo como este. Cuando alquilamos la caravana, nuestro plan era aparcarla cerca de uno de los numerosos baños termales de Islandia, con la calefacción a toda mecha, mientras descansábamos el cuerpo tras las largas travesías de esquí sobre el colchón de látex, admirando la aurora polar a través del techo solar. Podemos confesar ya que ni siquiera nos acercamos un poco a este ideal.
Que no deje de nevar es una cosa, pero la tormenta que trae aparejada es otra historia. Solo se puede abrir las puertas con muchísimo cuidado, y aun así entra un poco de nieve y cae sobre el edredón. Si aun así tienes que salir porque sientes la llamada de la naturaleza, te sentirás como Robert Falcon Scott de camino al Polo Sur, con la diferencia de que tú sí que volverás a casa.
Necesitamos un nuevo plan
Al primer o segundo día de nuestra ruta por Islandia abandonamos el plan de acampada y alquilamos una pequeña cabaña en Olafsfjördur. A partir de este momento, vamos a usar la caravana exclusivamente para transportar nuestro equipo de esquí (que tiene unas dimensiones considerables) (➜ Leer más: Consejos para cargar el coche adecuadamente). Esta pequeña localidad se encuentra a la orilla del mar, en la península de Tröllaskagi, entre Akureyri y Varmahlid, rodeada de las mejores montañas de Islandia para practicar el esquí. Mires donde mires, hay pendientes de ascenso y descenso con todo tipo de exposiciones, desde 1.500 m de altitud hasta el nivel del mar. Con solo mirar Google Earth durante cinco minutos verás el potencial de la región y no tardarás en redactar tu primera lista de deseos. Si quisieras, podrías traerte incluso una tabla de surf, porque este fiordo se considera la mejor zona de surf del país y se ha hecho mundialmente famoso por la película de Chris Burkard «Under an Arctic Sky» (2017).
El tercer día empieza también con una tormenta de tomo y lomo y una visibilidad mínima. Así que nos metemos en el BMW X3; puede que tierra adentro la cosa mejore. Queremos visitar la región de Myvatn, caracterizada por sus volcanes activos. Tras una parada en Godafoss, la catarata más fotografiada del norte de Islandia, comenzamos un breve tour de esquí cerca de la cueva de Grjótagjá. En esta cueva hay aguas termales y a los seguidores de la serie de televisión «Juego de Tronos» les resultará conocida: es aquí donde, en un episodio de la tercera temporada, Jon Nieve chapotea con Ygritte.
Pasear con esquís
Nuestro destino es el cráter de Hverfjall, parte del sistema volcánico de la caldera de Krafla. Bajo unas temperaturas gélidas y unos vientos cortantes, marchamos sobre el desierto helado y disfrutamos del ejercicio. La cumbre está solo a 160 m de altitud y el viento la ha dejado totalmente yerma, pero caminar sobre esquís por un paraje lunar también tiene su encanto. Tenemos que estar atentos a las fumarolas, los gases calientes que debilitan el manto nevado en algunos puntos y hacen que nos hundamos de repente, de vez en cuando. A veces diez centímetros, a veces un metro. Nos lo tomamos con humor, con la expectativa de que la siguiente caída no sea demasiado profunda.
A continuación nos desviamos hacia Husavik. Esta ciudad marítima, conocida en toda Islandia por ser un punto de observación de ballenas, tiene una nueva atracción que destaca especialmente en invierno: los baños termales GeoSea, que se integran en un acantilado de forma espectacular. Desde aquí deberías poder disfrutar de los mejores atardeceres de Islandia, sumergido a 39 grados. Eso dentro del agua, porque en el exterior la cosa se pone fría: vuelve la tormenta de nieve. La silueta del faro solo se distingue a 20 m, y cuando queremos volver al BMW X3 tras un par de horas de relajación, tenemos que salir por la puerta auxiliar; parece que el bedel ha acabado su jornada y en la puerta principal se ha acumulado ya un metro de nieve.
Aplatanados
De vuelta en Olafsfjördur, la nevada continúa. Lleva nevando sin parar un día y medio. Aun así, nos ponemos los esquís y salimos a dar una vuelta de vez en cuando... al supermercado. Se han terminado los plátanos. Petrechados como exploradores polares, avanzamos a través de la ventisca. El viento sopla huracanado y ya ha convertido a nuestro BMW X3 en un montón de nieve junto a la cabaña (➜ Leer más: Prepara tu vehículo para el invierno). El resto del tiempo disfrutamos de la furia de la naturaleza con un buen libro, desde la cama, mientras el viento azota la fachada en el exterior, o nos metemos en el jacuzzi de la terraza de la cabaña. Si nos acaba agobiando el calor, siempre podemos arrojarnos de un salto al metro de nieve que se acumula frente al edificio.
Al quinto día, la tormenta sucumbió y las montañas que rodean Olafsfjördur dejaron de estar asediadas por briznas de nubes. ¡A por ellas! Nos enfundamos las botas de esquí y salimos de la cabaña. Solo tardamos unos diez minutos en llegar al punto de partida de la ruta, a la salida del pueblo. Como el riesgo de avalancha es difícil de valorar después de tanto viento y tanta nieve, elegimos una ruta muy conservadora para subir. Mientras lo hacemos, con cada metro ascendido notamos desenvolverse la magia del esquí de travesía. Al principio avanzas despacio, intentando encontrar el ritmo adecuado, pero llega un punto en que las vistas superan la sensación de cansancio y te impulsan a seguir. Y es que en esta península hay mucho que ver. Desde aquí arriba, el colorido Olafsfjördur parece una maqueta y la cumbre se nos va haciendo más asequible con cada paso que damos. ¿Y no es una ballena eso que se ve en el fiordo?
Tras tres horas y 1.200 m en vertical, hemos alcanzado la cumbre. La segunda y reconfortante parte comienza aquí. Durante el ascenso, elegimos una ruta de descenso y memorizamos los puntos de referencia claves que podían identificarse desde arriba para orientarnos. Así vamos trazando una línea tras otra por la montaña. De la forma más fluida posible, avanzando lo máximo posible, aprovechando a la perfección la pendiente, sin ángulos demasiado pronunciados ni frenazos innecesarios, siempre con un punto de escape a mano por si nos amenaza una avalancha. Incluso días después, estas líneas sobre la nieve atestiguan nuestro disfrute y nuestra veneración por la montaña.
- Equipamiento de emergencia: el sistema de climatización y los asientos calefactados están muy bien. Pero si vas a recorrer Islandia en coche en invierno, debes llevar siempre ropa adecuada para esta estación, incluidas unas botas (valen las de esquí, naturalmente).
- Límite de peso en el equipaje: según están los precios de la comida en Islandia, es comprensible que el equipaje vaya a rebosar de barras de muesli y ese tipo de snacks. Pero ten cuidado y pesa bien las maletas en casa para no descubrir en el aeropuerto que los 23 kg que se supone que podías llevar han acabado siendo 26...
- Comprueba a menudo las condiciones del firme: en www.road.is puedes comprobar al minuto cuál es la transitabilidad de las carreteras. Debería ser obligatorio echar un vistazo a esta página antes de salir. Aun así, las tormentas de nieve pueden hacer que una vía que estaba recién limpiada vuelva a estar intransitable en cuestión de minutos. Si dudas, levanta el pie del acelerador.
- ¿Repostar? ¡Siempre que puedas! Fuera de las áreas metropolitanas de Reikiavik y Akureyri, no hay una gasolinera cada pocos kilómetros. Por eso deberías aprovechar todas las oportunidades que tengas de llenar el depósito, sobre todo en trayectos lejos de zonas urbanas.
- Comer y beber: la gama de restaurantes buenos y asequibles fuera de las zonas metropolitanas también es limitada, más o menos como las gasolineras. Por eso lo sensato es que alquiles en régimen de solo alojamiento. Y no hay mejor lugar para comprar una cerveza o una buena botella de vino barata para tomar por las tardes que en el duty free del aeropuerto, tras recoger el equipaje.
Aprovechar al máximo los descensos con un poco de ayuda
¿Sabes cuál es la única desventaja de un viaje de esquí como este? Que en comparación con el tiempo que se tarda en subir, el tiempo que se tarda en bajar es demasiado corto. Por eso el último día del viaje nos sacamos el as de la manga: Arctic Heliskiing. Esta empresa tiene su sede bastante cerca, en Dalvik, donde Joküll Bergmann fundó la primera empresa de esquí con helicóptero de Islandia hace más de diez años. Bergmann ofrece programas completos, desde un día de prueba hasta una semana de lujo con pensión completa en el alojamiento de la empresa, e incluso tiene la flexibilidad suficiente como para ofrecer una de las franjas de su plan de vuelo a unos esquiadores de vacaciones como nosotros en cuestión de doce horas. Por fin podremos recuperar los metros que perdimos a causa del mal tiempo. Eso sí, con un poco de ayuda de la caballería.
En la península de Tröllaskagi, las distancias entre el punto de partida y las cumbres no son muy grandes, y en menos de cinco minutos desde que despegamos en el helicóptero, nos encontramos a 1.200 metros sobre el nivel del mar. Desde aquí vemos descensos perfectos, de todos los niveles de dificultad y con todas las exposiciones posibles, y una cantidad inmensa de nieve. Además, y para alivio nuestro, tenemos los muslos descansados.
Un poco después nos deslizamos sobre las pistas a una velocidad a la que te daría miedo ir en bici. Cada cual puede decidir si hacer los giros más cortos posibles entre el inicio y el final del recorrido (lo que se llama «trenzado») o si concatenar dos o tres arcos amplios cada cien metros de altitud. Para mí, no hay movimiento más bello. Si al correr necesitas bastante tiempo para ir haciéndote a ello, cuando esquías te pones a tono con el primer giro. Te sumerges de inmediato en el aquí y en el ahora, y lo único que importa es que el siguiente giro sea perfecto. Como la posibilidad de avalanchas es baja y la pendiente es moderada, el guía nos permite bajar la pista juntos. Como si fuéramos niños, bajamos arrojándonos la nieve unos a otros, mientras vemos cómo nos vamos acercando lamentablemente rápido al helicóptero, aparcado junto a la costa.
Islandia desde su lado más bello
Conseguimos culminar cuatro descensos inolvidables antes de que el mar se nuble y el tiempo deteriore visiblemente. ¡Fin de la jornada! Sin sol no hay contraste, y sin contraste, esquiar no tiene gracia (al menos no en las pistas amplísimas y sin vegetación de Islandia). Cinco minutos más tarde estamos de vuelta en la cabaña, calentitos, y diez minutos después nos hemos duchado y preparado para la vuelta. Nuestro vuelo sale mañana a las siete de la mañana, pero (por desgracia) desde la otra punta de la isla.
Durante nuestro trayecto hacia Reikiavik, Islandia nos vuelve a mostrar todos sus registros en cuanto a luminosidad y paisaje, mientras los asientos con masaje, el techo solar panorámico y el sistema de sonido Harman Kardon nos endulzan el viaje. Al sol le queda un rato para ponerse, y nosotros avanzamos hacia el sur por la carretera circular, despejada y perfectamente limpia, aún inspirados por una maravillosa (y a veces temeraria) semana de aventuras en un paraíso invernal. Unas vacaciones en coche (➜ Leer más: Cosas para llevar de viaje a un road trip) no podrían acabar mejor.
Godafoss y Dettifoss: ya en verano merece la pena visitar las cataratas más conocidas de Islandia; en invierno se convierten en un palacio de hielo encantado.
Gisli Eirikur Helgi Kaffihus: este coqueto café en la calle principal de Dalvik es un punto de encuentro para los locales, y también podrás encontrar aquí a esquiadores que vienen de todas partes del mundo. Ya solo la sopa de pescado que ponen para comer en su pequeño buffet hace que merezca la pena la visita.
Arctic Heliskiing Iceland: los pioneros del esquí asistido con helicóptero en Islandia ofrecen un programa completo, que puede ir desde un día de prueba hasta una semana deluxe de 5 estrellas, en unas montañas que parecen hechas especialmente para ello. Más información en www.arcticheliskiing.com.
Alojamiento espectacular: el pequeño campo de cabañas a las afueras de Olafsfjördur es perfecto como campo base para las aventuras invernales en el norte de Islandia por muchos motivos. En las cabañas caben hasta siete personas, tienen cocinas totalmente equipadas e incluso su propio jacuzzi exterior. Más información en www.brimnes.net.
La laguna azul del norte: los baños termales del lago Myvatn no tienen nada que envidiar a su hermano mayor, que está cerca del aeropuerto de Keflavik. Aunque sí que hay una cosa distinta: aquí vienen bastante menos turistas. Más información en www.myvatnnaturebaths.is.
¡Bienvenidos a Villarenque! La espectacularmente engalanada localidad de Siglufjördur, a la que solo se puede acceder por carretera en invierno desde la inauguración de dos túneles en 2010, te anima a dar un paseo por sus calles. Hubo una época en que el pueblo vivía de la pesca de arenques, pero hoy son los turistas quienes admiran sus coloridos rincones y se enamoran de sus estampas. Consejo para esquiadores: desde el valle que está entre los túneles se pueden iniciar algunas de las rutas más bonitas de la zona.
Baños termales con vistas: las instalaciones de GeoSea, que se han inaugurado recientemente en Husavik, merecen sin duda el título de «Experiencia termal más bella de Islandia». Las vistas al mar son todo un festín para los sentidos, y sumergirse en las instalaciones, que en gran parte se encuentran bajo tierra, es un verdadero capricho para cuerpo y mente. Más información en www.geosea.is.
De vuelta a casa por el camino largo: desde la península de Tröllaskagi puedes volver directamente al aeropuerto o «dar una vuelta» por la panorámica costa sur, que alberga vistas destacadas como la laguna glacial, la playa negra de Vik y la catarata de Selfoss. Esta ruta es más larga, pero solo tardarás un día más.
Los puntos más destacados, de un vistazo: en www.hiticeland.com puedes explorar todos los sitios más famosos de Islandia y también las joyas menos conocidas.
Fotos/Vídeo/Autor: Michael Neumann; Ilustraciónes: Madita O’Sullivan